La tradición popular tiende a hacer aprehensible aquello que no lo es, por eso los cuentos y ciertas tradiciones, que a simple vista son puro juego, ocultan verdades de orden practico, explicaciones a hechos de lo más mundano que de otro modo nos sería complicado asimilar. Es el caso del Flautista de Hamelin y la peste, o de Pulgarcito y sus hermanos abandonados a la muerte en mitad del bosque.
Hace años, enredando entre las obras de nuestro querido Museo Nacional de Escultura, y de la mano de Eva, topamos con la mismísima Doña Cuaresma. Desde entonces no ha dejado de acompañarnos a colegios, bibliotecas y librerías durante estas fechas. Y en nuestros periplos, aquella adaptación tan simple del Libro de buen amor ha ido cobrando vida. En Huesca nos hablaron de la Patarrona, un personaje muy mandón que obliga a los niños en los coles a vestirse de forma disparatada la semana anterior al Carnaval. En Astorga nos citaron los nombres y apellidos de las siete piernas de nuestra Doña Cuaresma, cada una se correspondía con un santo.
La historia que nosotras contamos es de origen Castellano. Narra cómo Don Carnal y Doña Cuaresma se pelearon, pero no a golpes, sino a versos, como los raperos modernos.
Durante dos días Don Carnal estuvo de lo más ingenioso, todo el mundo le jaleaba y celebraba sus rimas. Pero, finalmente, Doña Cuaresma soltó un verso tan sonoro que dejó fuera de juego al alegre gordo y a toda su tropa. Así, durante 40 días todo el mundo quedó bajo el arbitrio de la malhumorada señora: prohibió todo lo relacionado con la carne, incluida la misma carne... Como a los niños se les hacían muy largas las tardes de invierno sin merendar bocadillos de chorizo (aunque comían torrijas), sus madres pintaban a Doña Cuaresma con una tiza en el suelo del corral. La representaban con siete piernas, una por cada semana que duraba la cuaresma. Cada miércoles después de carnaval se le iba borrando una pierna, y cuando Doña Cuaresma se quedaba sin pies, podían volver a comer bocadillos de chorizo, y sus madres a disfrutar de las otras variedades de la carne.
Hoy día es muy fácil encontrar pescado, todo tipo de frutas y verduras en el corazón de Castilla, pero no siempre fue así. Además de cereales y productos vegetales de temporada, la alimentación se sutentaba con los productos la matanza. Mucho de lo que se sacaba del cerdo había que consumirlo fresco, no había congeladores y la fresquera no daba para tanto, pero algunas cosas podían conservarse... Así que mientras duraba la cuaresma las longanizas se oreaban en el sobrao y los lomos se conservaban en salazón hasta la primavera, y no por capricho, sino porque con el buen tiempo llegaba el trabajo más duro en el campo, los torreznos del almuerzo aportaban la energía necesaria para las largas jornadas de labranza . Hablar de bulas ya es harina de otro costal, nuestras abuelas saben de eso.
La cuaresma se alegraba con miel, por eso nuestra Doña Cuaresma lleva una cesta con un motón de cosas ricas que no son carne, y la Doña Cuaresma de Brueghel tiene un panal en la cabeza.
Observando el cuadro del flamenco podemos encontrar numerosas imágenes que nos remiten tanto al texto del Acipreste como a las fiestas que hoy se celebran en muchos pueblos.
Lo pagano y lo cristiano se mezclan en la tradición para dar respuesta a las vicisitudes cotidianas porque, ¿acaso las otras abstinencias de la carne no tendrían que ver con lo que hoy llamamos planificación familiar?
Qué se yo. El caso en que mañana en la biblioteca de Dueñas no merendaremos bocadillos de chorizo, pero sí historias con miel. Y el sábado 13 de febrero en la librería Rayuela (Valladolid, c/López Gómez) a las 12:00, contaremos las piernas de Doña Cuaresma porque, aunque hoy podamos disfrutar de la carne sin necesidad de bulas, cuando la señora se quede sin piernas... ¡estaremos de vacaciones!
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