Dormir con un libro en el regazo puede traer consecuencias. Anoche me dormí con este, y la consecuencia a sido un sueño inquieto en el que todos los fantasmas se han sentado al rededor de mi cama a contarme cómo se hicieron las cicatrices que cubrían su cuerpo. Unas veces me desperté al borde de la carcajada, otras al borde del llanto. Cuando se duerme siempre se está al borde.
Las cicatrices pueden ser de muchas clases: a veces un tatuaje, otras una operación, incluso una medalla muy caliente... Y si no, que se lo pregunten a Patricia Picazo.
Uno de mis abuelos tenía un bulto en la palma de la mano. Era pequeño y muy raro. A mí siempre me dijo que era de coger la azada en el campo, a mi hermana que de comer tocino. Ambas cosas eran mentira: mi abuelo cogió la azada casi tan poco como comió tocino. Por qué tenía mi abuelo ese bulto en la palma de la mano, nunca lo supimos.
Un de mis tíos llevaba un crucifijo colgado al cuello, más que una medalla era una cicatriz, o un tatuaje. El se sentaba en un sofá orejero y yo me sentaba encima, era el lugar más cómodo del mundo, me sentía una reina. Yo hurgaba entre los pelos de su pecho hasta encontrar el crucifijo, objeto poco familiar en aquella casa. ¿Por qué llevas un crucifijo si no vas a misa? El decía que se lo había regalado una antigua novia, novia que lo dejó precisamente por no ir a misa, y que no se lo podía quitar del cuello aunque sus otras novias se lo pidieran. Desde entonces vaga de novia en novia arrastrando un crucifijo del que, por lo visto, aun no ha podido deshacerse.
El libro en el que me dormí anoche se titula Papá tatuado, y lo edita la nueva editorial A buen paso. Por si quieres llamar a tus fantasmas.
lunes, 19 de octubre de 2009
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